El
cielo estaba dominado por el calor que emanaba el sol azteca y los nómadas
seguían en búsqueda del símbolo que les diría dónde crear su ciudad. De esa
manera, hacia el año 1325 d.C. se creó la gran Tenochtitlán, reino de gran
poderío que sólo pudo ser exterminado por los conquistadores de occidente que
estaban cobijados por la corona española. Pueblos donde todos podían compartir
sus puntos de vista, información que para ellos resultase relevante y se vivía
cierto bienestar fueron destrozados por la ambición y la soberbia española en
el año de 1521. Sin embargo, ¿qué fue lo que aconteció en los años posteriores?
Hay poca información sobre el período conocido como “la colonia”, pero se sabe
que hubo una gran opresión hacia los sobrevivientes del extinto imperio azteca.
La ignorancia creció por tres largos siglos, hasta que en el año de 1810, se
organizó un gran movimiento que les otorgó cierto aire de libertad a todos
aquellos que estaban completamente olvidados por la élite dominante. No
obstante, 100 años después, pasó un nuevo suceso que volvió a cambiar el estilo
de vida de los mexicanos: la revolución mexicana. Al inicio del siglo XX eran
muy pocos aquellos que podían leer los diarios que circulaban en nuestro país,
por eso, es que las élites seguían estableciendo qué era lo que les debía
importar a las demás personas, pero incluso algunos integrantes del cuarto
poder, los hermanos Flores Magón, estaban inconformes con el régimen de
Porfirio Díaz así que a partir de ellos fue que se comenzó a encender esa llama
que permanecía apagada por la desinformación social y dio origen a que el 20 de
noviembre de 1910 estallara el movimiento revolucionario. ¿Qué favoreció el
movimiento? En que el modo de producción y la sociedad cambiaran; así como que
comenzara a originarse un mayor flujo y discusión de información y que esto
mismo originara que la opinión pública, presente en el mundo desde el siglo V
a.C., se diera con mayor libertad en nuestro país. En los años posteriores a la
revolución mexicana, la sociedad mexicana comenzó a ser más letrada y a gozar
de ciertos lujos característicos de la época.
Llegó
la radio, el cine y la televisión a nuestro país… sin embargo, ¿qué pasó con la
opinión pública? Por definición se tiene que es la opinión de un colectivo que
tenga la capacidad de manifestarse acerca de un objeto de origen público o
privado. En el siglo XX vimos varias manifestaciones de la opinión pública como
el movimiento de los doctores, el ferrocarrilero o el famosísimo, por no decir
explotado, estudiantil de 1968 y 1971. Sin embargo, con la llegada de la
televisión en 1945, fuimos testigos de cómo es que las élites manejan la
opinión pública a su conveniencia. Si bien tenemos que la principal forma de
manifestación de la opinión pública la vemos dentro de, valga la redundancia,
la esfera pública; pues tenemos que en muchas ocasiones los temas de los que se
habla pueden originarse dentro de la sociedad o llegan a ser implantados por la
élite. Inclusive, son ellos mismos quienes nos presentan a quienes deberemos de
creerles, tanto en información como en opinión. Jacobo Zabludovsky, Joaquín
López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Andrés Bustamante, Adela Micha y Jorge Zarza
son algunos de los nombres que ellos nos presentan como “líderes de opinión”, y
que por ello debemos confiar en lo que nos dicen. No obstante, en algunos
medios que son más apegados a la ciudadanía aún se llegan a escuchar voces,
Carmen Aristegui, y a través de la palabra impresa se hacen notar muchos otros.
Es esa eterna lucha entre los buenos contra los malos. ¿Cuál es el premio al
vencedor? Ese numero llamado rating
que es por lo que muchos medios alternos llegan a desaparecer. Sin duda alguna,
la televisión ha sido un medio que ha dado muchos dolores de cabeza a los
intelectuales y filósofos de la comunicación. ¿Por qué? Porque gracias a ella
es que ha dado un auge en la deformación de la opinión pública por la simple
razón de que convive demasiado con la esfera política, razón por la cual ha
recibido el nombre de “el cuarto poder”. Para ello abarcaremos un sexenio
bastante controvertido: el gobierno del ex presidente Carlos Salinas de
Gortari.
Arribando a la presidencia de México
tras una elección bastante controvertida en el año de 1988, Carlos Salinas de
Gortari se vistió la banda presidencial del Estado mexicano por seis largos
años en los que pasó prácticamente de todo. Primero con sus encuestas compradas
(sí, hablamos de 1988 y no las de 2012 del señor Enrique Peña Nieto) y su gran
dominio de los medios de comunicación. Periódicos, estaciones de radio y
televisión eran los clientes favoritos del que años después sería bautizado
como “El innombrable”. Las encuestas,
ese material que en teoría ayudaría mucho para saber las necesidades y opiniones
de las personas, fueron manejadas a conveniencia del partido oficial,
favoreciendo a que creciera la impunidad de la clase política y empresarial,
misma que se vio reflejada en muchas cosas más del sexenio, e inclusive
posteriores al gobierno salinista, como la “leyenda”
del monstruo que dio mucho revuelo en nuestro país: el chupacabras. Esa criatura presuntamente creada por la esfera
política y los dueños de los medios de comunicación cubrió grandes espacios
dentro de la agenda setting, dejando
a un lado temas que también importaban a la sociedad y destacando la saliencia
de este hecho tan extraño que muchos aseveran que fue simplemente un rumor para
desviar la atención de los mexicanos entorno al efecto tequila que seguía teniendo
consecuencias en la vida cotidiana del pueblo. A través del rumor del
chupacabras, se pudo controlar la atención del público, el tema del día era
ese, la misteriosa desaparición del ganado en Yucatán y Quintana Roo. Abundaban
titulares en la prensa que se referían a esa criatura. El efecto priming se
manifestaba en el escepticismo, el pánico o las dudas de la gente.
Posteriormente, se quedó en el olvido el tema y muchos comenzaron a relacionar
al chupacabras con Carlos Salinas de Gortari, por lo que se fomentaron aún más los
estereotipos y los prejuicios hacia los políticos priistas: ladrón, mentiroso,
egoísta, soberbio y, por si fuera poco, amigo de narcotraficantes.
Los valores de la sociedad mexicana
tuvieron que cambiar ante, diría McLuhan, el masaje que nos han dado los medios
de comunicación. Esa unidad familiar y esa amabilidad que tanto caracterizaba
al mexicano se han ido deteriorando en las últimas décadas. Quizá fue error
nuestro el dejar que la televisión marcara tanto nuestros comportamientos,
gustos y demás, pero no es momento de lamentarse, sino de buscar una solución.
Si se usara alguna escala como la Likert
o el diferencial semántico se llegarían a las mismas resoluciones: se han
deteriorado los valores; pero también se revelaría que el mexicano, por naturaleza,
sigue conservando muchas características de aquellas personas que hacían sus
trueques entre las calles de la gran Tenochtitlán. Esa identificación con las
raíces, con esa cultura que vio nacer a nuestros antepasados y sobre sus
cadáveres fue construida la nación que tenemos hoy. Si aquellos guerreros
jaguar y águila nos vieran, seguramente dirían que no cediéramos ningún paso y
que lucháramos por mejorar esta sociedad que tanto nos necesita. No es
necesario que nos encierren en una habitación y nos grabaran con una cámara de
vídeo como en un Focus group para
saber qué es lo que nos preocupa más al mexicano: nuestra tierra, nuestra
familia y el bienestar de los nuestros.
Diría el maestro Manuel Buendía “No
hay sociedad sin comunicación. No hay comunicación sin información” y eso es
cierto. Lo único que necesitamos es alzar la voz; discutir los temas del
momento para saber qué es sucede y lo que afecta a nuestra esfera particular.
La opinión pública nos sirve para ello, para llegar a esa comunicación de la
que tanto nos habló Habermas para solucionar los malestares de nuestra sociedad.
Debemos ser una gran sociedad civil, en la cual nos ayudemos mutuamente sin la
necesidad de estar aliados con el Estado mexicano. Sobrevivir con nuestro
ingenio y ese espíritu tan fuerte que tenemos los descendientes de los aztecas
y los españoles. Llegar a vivir en la “Utopía”
de Tomás Moro con el fin de satisfacer esas necesidades que tenemos
absolutamente todos y ya no haya esa gran diferencia entre lo privado y lo
público, esfera política-empresarial y la social, para que al fin como en la
antigüedad todos podamos vivir de una manera más armónica y donde todos
salgamos beneficiados a partir de lo que necesitemos la mayoría siempre y
cuando esas necesidades se argumenten con lo que requiramos en realidad, tal y
como se señala en esa democracia deliberativa que esperamos algún día alcanzar.